José Maria Ripalda

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense, Madrid.

Coronavirus

La Derecha española está furiosa. Y con razón. Tiene el poder, pero no el gobierno. Eso es injusto.

La Izquierda española es impotente. Presenta programas electorales que apenas  puede cumplir. Y elude entrar en demasiados detalles, porque sabe que lo suyo es ir de intenciones.

“Derecha” e “Izquierda” han terminado teniendo su sentido originario y verdadero: los dos emplazamientos gemelos del Parlamento postaristocrático, burgués.

En la gente de mi edad aún pervive el recuerdo de que todo lo que tenía sentido era antifranquista. Pervive como sentimiento, pero ya no es general. De hecho el jefe del Estado actual fue nombrado personalísimamente por Franco y la forma de gobierno, la monarquía militar, procede también de la Ley de Sucesión de 1947, aprobada en referéndum, como la Constitución española de 1978.

La nueva Constitución se aprobó por mayoría, pero no incluyó el respeto y acuerdo de ciertas minorías consideradas ‘quantité negligeable’. De hecho la “Transición” se hizo a tiros contra esa minoría que no era simplemente cosa local: invocaba, sí, la autodeterminación, pero como cabeza de lanza de un amplio movimiento democrático, a veces hasta revolucionario, en toda España. Las mayorías solo valen cuando se basan en un acuerdo fundamental. Si lo suplantan, el daño no es “colateral”, sino tóxico.

Pero el gran movimiento antifranquista tenía que ser controlado. La gente de traje obscuro que firmó los Pactos de la Moncloa no se consideró con fuerza o con voluntad para romper con el Régimen militar. De lo que se trataba era nada menos que salvar EL Estado. Desde 1953 Norteamérica había decidido el lugar de España en la Guerra Fría. Se puede decir que el último acto de “la Transición” fue la entrada de España en la OTAN (1982) bajo el primer gobierno socialista. La República Federal Alemania, Estado satélite de Norteamérica hasta 1991, había entrado en funciones. Incluso envió al Parlamento español a su gran filósofo Jürgen Habermas, para que predicara el “patriotismo constitucional” . . .  de una Constitución a lo Carl Schmitt, si bien con  un apartado de buenas intenciones; con ellas se suponía cubierto el espectro político.

Ahora que nos está sumergiendo la catástrofe, invocar la Constitución y los Pactos de la Moncloa, aparte de dar risa, tal vez pueda frenar algo el descenso hacia un franquismo renovado en forma de Neo-liberalismo a la chilena, por ejemplo. No creo que se pueda aspirar a mucho más y puede ocurrir mucho menos. Se seguirán difuminando para las generaciones posteriores los bordes de lo que fue la Transición. A la prensa, la radio y la literatura se le añaden ya las películas y las series. Pronto tal vez ni harán falta. El PNV flanqueará la operación, dando a la vez cobertura mediática a sus políticas (anti)sindical y social de sanidad y residuos, por ejemplo. Tal vez hasta termine pidiendo perdón por su silencio en el momento de la tortura v. g. a intelectuales euskaldunes por el mero hecho de serlo. Claro que eso ya es pasado. Soy demasiado viejo.