Las instituciones y los gobiernos de la Unión Europea están dejando morir a las personas racializadas y pobres en el Mediterráneo. Los dirigentes se arrogan el derecho a decidir quién tiene importancia y quién no, quién es fácilmente sustituible y quién no. La muerte y la destrucción de seres humanos se ha convertido en núcleo esencial del sistema.
En la gestión del coronavirus nos encontramos con situaciones tremendas, como la de personas encarceladas, migrantes sin papeles, campos de concentración de personas refugiadas, confinamientos de vendedores de “top manta”… Escenarios de destrucción en vida de muchas personas. Y, por supuesto, las muertes continúan en el mar y las muertes de personas mayores aparecen vinculadas a la privatización de las residencias, al vaciamiento de recursos de la sanidad pública, la reducción de número de camas o de respiradores.
Desde el Derecho Internacional de los Derechos Humanos no podemos aceptar que la eficacia económica sea el único criterio para legislar y valorar los servicios públicos. En la UE parece haberse instalado el cálculo económico frente a los derechos humanos: si no produces, no consumes, generas mucho gasto social… no sirves.
Por otro lado, las fronteras responden, al menos, a dos objetivos. Por un lado, actúan como muros ante la invasión de los que son considerados “bárbaros”, aunque estos sean personas de todas las edades que huyen de la guerra, la miseria, la violencia machista… Por otro lado, actúan como filtro de personas migrantes que son necesarias para cubrir las necesidades del mercado laboral europeo en sectores como la agricultura, los cuidados, la hostelería… Para ello, se toleran limbos jurídicos donde las personas trabajadoras están en situación irregular, ya que resultan muy funcionales al sistema como fórmula para provocar la guerra entre trabajadores y provocar una caída de los salarios.
En estos momentos, la pandemia saca a flote las contradicciones profundas de un sistema económico que necesita mano de obra en la agricultura alemana, francesa, española, y, por otro lado, maltrata y explota a migrantes en los invernaderos de Almería. Por eso, la regularización de las personas migrantes en una crisis sanitaria tan profunda resulta imprescindible.