Francisco Letamendia Belzunce

Nacido en 1944, abogado laboralista de 1969 a 1972. Diputado por la izquierda vasca en Cortes de 1977 a 1982, profesor y Doctor por la Université Paris 8 de 1982 a 1985, profesor de Ciencia Política en la UPV-EHU de 1988 a 2014.

Jubilado en agosto de 2004, profesor emérito de la UPV-EHU. Ha investigado y escrito sobre diversos temas relacionados con Euskalherria y con la ciencia política, en especial sobre nacionalismos, capitalismo, ideologías e identidades políticas, y cultura política.

Pandemia, sociedad y política: rechacemos lo inaceptable

Introducción

El coronavirus ha provocado una novedosa paradoja: por vez primera, el capitalismo, para salvarse, ha restringido al capital que le estaba llevando al desastre; cierra sus fábricas, y habla, no del producto interior bruto, de los índices bursátiles, de los beneficios bancarios, sino de vidas y muertes humanas, de hombre y mujeres reales. Pero ese cambio puede ser engañoso, con la revancha esperándonos a la vuelta de la esquina. Hay en efecto un nuevo capitalismo más astuto que quiere seguir explotándonos, pero esta vez con nuestro consentimiento; lo que de hecho ha empezado ya a hacer con motivo de los confinamientos. Nos priva del contacto con los cuerpos de nuestros semejantes, incluso del nuestro, por temor al contagio del otro y al auto-contagio, mientras que nos impone una fusión más estrecha que nunca con el universo telemático que, éste sí, nos controla en todos los sentidos.

Pero es esperanzador ver cómo ese estrés al que el neo-liberalismo cibernético nos estaba sometiendo ya antes de la pandemia se ha hecho tan evidente que ha provocado en todo el mundo la reacción contraria, en forma del rechazo de lo inaceptable en todas su tóxicas expresiones: la catástrofe medio-ambiental, que tiene sin duda una conexión, indirecta o directa, con la paralela catástrofe viral; la discriminación de las mujeres, especialmente visible en esta crisis, pues al ocupar los escalones inferiores de los cuidados y del mundo hospitalario se han convertido en carne de cañón de los contagios; el confinamiento de hombres, mujeres y niños falsamente llamados “refugiados”, que saben mucho del contagio que las clases medias occidentales estamos sufriendo ahora mucho más llevaderamente, pues viven confinados en una muerte en vida en los campos de las fronteras mexicana y sudoriental europea, entre otras muchas; el encarcelamiento perpetuo de animales de todas las especies en jaulas que son para ellos instrumentos de tortura, a fin de satisfacer nuestro voluble curiosidad por lo exótico; la precariedad estructural del neo-liberalismo, que somete a semi-esclavitud a una gran masa de precarios fabriles, temporeros rurales y falsos autónomos, ensañándose con los jóvenes, sobre todo con las mujeres, y con los migrantes de todos los pelajes, además de llevar en las circunstancias actuales a ceses de pequeños negocios que significan el cierre y la miseria para sus titulares.

Tras la desescalada de la pandemia podríamos vivir bajo algo que conjugue lo peor del mundo viejo, la militarización, el estatismo, el racismo institucionalizado, la marginación de las gentes humildes (pero también su xenofobia, en un mecanismo bien conocido desde los tiempos nazis), con lo peor del mundo nuevo: un generación de hombres y mujeres telematizados temerosos de todo contacto humano, moral o físico, pues todos, recluidos en muestra propia auto-cárcel, podemos ser “portadores” del virus, moral o físico.

Pero también puede salir otro mundo, el cual, utilizando a su favor los actuales disfraces anti-capitalistas de lo viejo, y apoyándose sobre todo en la ola de solidaridad humana levantada por el heroísmo, tan obligado como auténtico, de un personal sanitario mayoritariamente femenino, abogue por todas las causas que asumen el rechazo de lo inaceptable, convirtiéndolas en un sentimiento cálido de pertenecer a la común raza humana aliado a un nuevo modo de pensar la naturaleza, lo social, y lo político. Todo dependerá de nosotras y nosotros.

A-Origen de la pandemia del coronavirus

-Antecedentes :La actual pandemia actual del coronavirus, dice Alain Badiou, no es la única de los últimos tiempos. Había habido otras en años anteriores, véase el caso del sida con millones de muertos. Tampoco es un género nuevo de epidemia: las SARS1 fue la primera enfermedad viral desconocida del siglo XXI. Pero las autoridades no apoyaron seriamente la investigación cuando perdió virulencia, lo que habría puesto los medios de acción contra lo que ha venido después.

¿Cuál fue el punto inicial de esta nueva pandemia? Muy probablemente el mercado de la provincia de Wuhan, lleno de animales vivos en venta; debió pasar de una especie animal a otra, y luego a la especie humana. Después intervino un dato fundamental del mundo contemporáneo: la eclosión capitalista del Estado chino, convertido en una potencia mundial. De ahí el desarrollo del virus antes de que el gobierno chino pudiera desinfectar el punto de origen, resultado del cruce de una situación arcaica -mercado mal mantenido causante de la infección- y la difusión planetaria de ésta desde su punto de origen a través de los desplazamientos caóticos del mercado capitalista mundial.

Los Estados intentaron frenar entonces esa difusión; pero lo hacían localmente, a pesar de que la epidemia era universal. Nos encontramos aquí con la contradicción mayor actual; a pesar de que la producción en masa de objetos manufacturados tiene un mercado mundial, los poderes políticos siguen siendo estato-nacionales; ni siquiera los Estados de la Unión Europea están logrando ajustar su política para enfrentarse al virus. Además, todos los Estados hacen lo posible para dejar a salvo lo esencial de los mecanismos del capital, pese a que éstos son totalmente insuficientes frente a la epidemia.

En caso de guerra, los Estados imponen a todos, masas populares y burguesía, los costos de las industrias nacionalizadas para producir buques y armamentos, científicos al servicio de los objetivos bélicos, intelectuales y artistas en labores de propaganda… Ese es el sentido de las declaraciones de tantos gobernantes de que estamos en guerra. Pero tienen claro que ganar la guerra no supone trastocar el orden social establecido (y aún menos la organización territorial, bajo sospecha en territorios como Catalunya y Euskalherria). Al tener que ver esta guerra con la naturaleza, son los científicos quienes adquieren un papel eminente.

Pero las deficiencias del sistema se han hecho evidentes: falta de mascarillas protectoras, insuficiencias en el internamiento de hospitales. Además, los Estados, y no sólo los neo-liberales, venían tiempo ha debilitando el aparato de salud en beneficio exclusivo del capital. De ahí el deseo actual generalizado de cambio en lo que respecta a los hospitales y la salud pública, las escuelas y la educación igualitaria, el cuidado de los ancianos.

Crisis del equlibrio ecológico: Pero esta crisis no es sólo sanitaria, sino del equilibrio ecológico mundial. El año 2015, dice Dan La Botz, se comenzó a estudiar la relación entre aceleración capitalista y cambio global, y se identificaron los cambios en los parámetros de la sostenibilidad de los seres humanos en la tierra: el cambio climático; la disminución de la diversidad biológica, la mengua y mala calidad del agua dulce, la contaminación química, la contaminación atmosférica, el agujero de la capa de ozono, la acidificación de los océanos… Se constató que se había superado el límite de sostenibilidad en cuatro parámetros: el clima, la biodiversidad, el nitrógeno, y los suelos.

Sólo faltaba que a estos cuatro jinetes del apocalipsis se les uniera uno nuevo y letal: el de la pandemia viral. Pero en fecha tan reciente como 2018, la Organización Mundial de la Salud consideraba ya probable que surgiera un patógeno desconocido del tipo de los coronavirus, susceptible de causar una perturbación completa de la sociedad en todo el mundo. Y sin embargo, los gobiernos ignoraron la advertencia casi por completo.

Para colmo de irresponsabilidad de los entes públicos, investigadores belgas y franceses habían concluido el año 2003 que los coronavirus eran una categoría de virus muy estable, y que era posible encontrar bastante fácilmente un tratamiento válido no sólo para el SARS 1, sino también para los que vinieran después. El costo de la investigación se calculó en unos 200 o 300 millones de euros, para lo que se necesitaban subvenciones públicas; pero no las obtuvieron. Los gobiernos consideraban que la investigación sobre medicamentos era cosa de la industria farmacéutica, la que, como todas, se interesa mucho menos por el bien de la humanidad que por lucrarse; además, ¿para qué preocuparse, si al terminar la epidemia del SARS 1 no había ya clientes?

Los responsables políticos compartían la ideología del capitalismo neo-liberal, que consideraba que las leyes del mercado eran inexorables, por lo que lo arreglarían todo de forma natural. Es ahora cuando ellos, y nosotros, y todo el mundo, ha descubierto el enorme y trágico error en el que se basaba esa creencia.

Origen de la epidemia: La actual pandemia ha mostrado lo erróneo que es concebir la “naturaleza” como algo independiente de la cultura, la economía y la vida diaria. No hay ningún desastre totalmente natural, afirma David Harvey. Los virus mutan todo el tiempo, pero las circunstancias que convierten una mutación en una amenaza para la vida dependen de acciones humanas, al variar las condiciones que favorecen su rápida transmisión en los cuerpos receptores: las epidemias de sarampión, por ejemplo, florecen en grandes centros urbanos, pero se desvanecen en regiones poco pobladas. Además, el modo en que los seres humanos se mueven u olvidan lavarse las manos afecta a la transmisión de enfermedades; a ello se suman los estereotipos estato-nacionales.

Había ya una experiencia previa, la del SARS1, con alta mortalidad; pero se contuvo con rapidez; de modo que el discurso dominante fue presentar el nuevo virus como una reedición del SARS que sucedía “allá lejos”, mezclado con actitudes xenófobas anti-chinas. De hecho, algunos círculos de la administración Trump se regocijaron con la noticia.

La propagación inicial del virus parecía confinarse en efecto en China y en países asiáticos como Corea e Irán. Fue el brote italiano es que desató la primera reacción de pánico. A mediados de marzo, había ya una devaluación neta de casi el 30% en los mercados de todo el mundo. En casi todas partes, las administraciones públicas y los sistemas de atención sanitaria andaban escasos de medios y de personal; 40 años de neo-liberalismo les había dejado mal preparados para una crisis sanitaria de este tipo. En los Estados del mundo “civilizado”, campeones históricos de la salud pública, una política de austeridad basada en los recortes de impuestos y los subsidios a los ricos y las grandes empresas les habían dejado faltos de la financiación necesaria.

Las multinacionales farmacéuticas (Big Pharma) tenían poco o ningún interés en investigaciones sin ánimo de lucro de enfermedades infecciosas, que es lo que son todos los coronavirus, bien conocidos desde los años 60: su principio es “cuanto más enfermos haya, más dinero ganaremos”. En términos de justicia poética (o satánica) puede verse al COVID 19 como una venganza de la naturaleza por los 40 años de maltrato a manos de un violento extractivismo neoliberal.

Capitalismo y coronavirus: Todo ello se inscribe en una forma de capitalismo particularmente despiadada. La crisis de 2008-2009 de las hipotecas-basura, según Sam Gindin, benefició en los EEUU a sus causantes, dejando como saldo a una clase obrera derrotada. Una financiarización aún más neo-liberal abrió esta vez las puertas a la extrema derecha, mientras se producía una desorientación aguda de los partidos tradicionales.

Pero la crisis actual es única en su tipo. En las pasadas crisis capitalistas, el Estado intervenía para relanzar la economía; pero esta vez ése no es ése su objetivo, sino restringirla aún más. Lo que no se ha debido a las luchas de las masas, sino a un virus misterioso, siendo la primera prioridad poner fin a su control sobre nosotros, los habitantes de la tierra. Al proponerse para lograrlo los objetivos de “distanciamiento social”, y “auto-cuarentena” (o confinamiento), los gobiernos han suspendido las interacciones sociales que constituyen la mayor parte del trabajo del mundo.

Poner la salud por encima de la economía ha dado lugar a un giro notable del discurso político. Los políticos de todas las tendencias tienden ahora a orientar la producción de las fábricas hacia productos socialmente necesarios como ventiladores, camas de hospital de reanimación, mascarillas y guantes protectores. En EEUU, todos los niveles del gobierno se han visto forzados a responder a las necesidades de salud y supervivencia de las personas: republicanos y demócratas se han unido para proponer una legislación que difiera los pagos hipotecarios, recorte el control de los alquileres, y cancele los intereses de la deuda de los estudiantes. No se discute pues sobre si hay que dar o no más dinero a los-las trabajadores obligados a quedarse en casa, o si hay que mejorar la protección por enfermedad y seguro de desempleo. Lo que se discute ahora es el alcance del apoyo; el cual no es consecuencia, como lo ha sido en otras circunstancias, de la movilización social, sino de la de la necesidad de mantener a las personas alejadas del trabajo pero vivas.

-Crisis climática y eco-feminismo: Esta crisis se produce en un año, 2019, en el que el capitalismo había ya comenzado una recesión. Pero el enfoque ha cambiado: hasta ahora, se había hablado del crecimiento del PIB, de la inflación, de la tasa de interés… indicadores abstractos todos ellos de la acumulación de capital. Con la pandemia, en cambio, la atención política y mediática se ha centrado en el trabajo de las enfermeras, en el exceso de su carga laboral, en los enfermos que mueren y en los que se recuperan, en la situación de los recogedores de basura y del personal de los supermercados, en el destino de las gentes confinadas… Esto es: ahora se nos habla de los seres vivos.

Otra diferencia muy importante, señala Daniel Taruro, es que ahora estamos hablando todo el tiempo de mujeres. La división del trabajo que eleva la tasa de precariedad del trabajo de éstas muy por encima de la de los hombres les predestina al mundo de los cuidados y los hospitales, y en él a los oficios de enfermera, cuidadora, limpiadora: esto es, a aquellos que están en contacto directo con el virus. Se ha erigido a las encargadas de los cuidados y los hospitales en las heroínas de esta pandemia, a las que aplaudimos hasta rompernos las manos a las 20 horas de cada día con una mezcla de agradecimiento y de admiración sin límites, acompañados, en lo que respecta a la parte masculina, de una cierta mala conciencia. Se unen a ello los dos mundos de la limpieza y los trabajos domésticos: mundos éstos donde es habitual la falta de contratación, y donde la falta de papeles de las mujeres las convierte en la primera víctima del confinamiento.

Esta pandemia es además rabiosamente moderna, como producto del capitalismo globalizado: por ello, a diferencia de las epidemias del pasado, que nunca fueron mundiales, la pandemia se ha propagado rápidamente a lomos de las comunicaciones modernas, sobre todo con el transporte aéreo, sirviéndose de la concentración de la humanidad en grandes ciudades (Wuhan, Nueva York, Londres, Barcelona, Madrid)

Se ha hablado antes del límite de sostenibilidad en los cuatro parámetros del clima, la biodiversidad, el nitrógeno, y los suelos. A estos cuatro jinetes del apocalipsis se ha unido ahora uno nuevo y letal: el de la pandemia. Pero en fecha tan reciente como 2018, la Organización Mundial de la Salud consideraba ya probable que surgiera un patógeno desconocido del tipo de los coronavirus, susceptible de causar una perturbación completa de la sociedad en todo el mundo. Y sin embargo, los gobiernos ignoraron la advertencia casi por completo.

Hoy, todos los políticos se ven obligados a gestionar la pandemia, pues no hacer nada sería mucho más gravoso para el sistema capitalista que hacer algo, por no hablar del costo en términos electorales. Así que ahora todos dicen que todos debemos unirnos bajo las autoridades para luchar contra el virus, respetando las instrucciones de seguridad, permaneciendo confinados, respetando la distancia física.

Los epidemiólogos dicen que ello es necesario, y en ellos sí se puede confiar. Pero la lógica capitalista-política sigue vigilando desde las bambalinas el curso de los acontecimientos: hay que minimizar el impacto de la pandemia en el sector productivo, que es donde se obtienen los beneficios, por lo que se envía a trabajadores y trabajadoras a seguir produciendo en los sectores esenciales.

Otra consecuencia está siendo la crisis de legitimidad de muchos de los gobernantes: la gente ya no cree en ellos, y desea un cambio. De ahí que muchos líderes se presenten en TV como señores de la guerra: la particularidad española ha consistido en la presencia uniformada de militares de alta graduación en la puesta en escena de los primeros comunicados importantes del gobierno sobre el plan de batalla a seguir contra la pandemia.

B-El confinamiento como medida sanitaria: los efectos políticos

-El miedo: Los medios de comunicación y las autoridades fomentan ahora el clima de pánico, con lo que facilitan la limitación de movimientos y la suspensión de las condiciones de vida y trabajo en muchas regiones (a no confundir con las normas sanitarias propuestas por los epidemiólogos). Ello conduce, según Giorgio Agamben, al estado de excepción como paradigma de gobierno, con militarización de municipios y personas. Agotado el terrorismo, la epidemia es el pretexto ideal para extender esas restricciones. El miedo como instrumento de legitimación del poder tiene hondas raíces en la teoría política europea: es el miedo de los seres humanos a perder su vida, dice Hobbes, el que legitima el poder absoluto del Estado- Leviatán.

Antes, la estrategia antiterrorista veía en todo individuo un terrorista en potencia. Hoy, cada individuo es considerado un propagador potencial del virus. Se impone la actitud de no tocar a los seres queridos, no abrazarse, guardar las distancias. La enseñanza a todos los niveles sufre las consecuencias al ponerse al servicio del aprendizaje telemático, el cual ignora por lo general los temas políticos o culturales y evita sobretodo el contacto entre los seres humanos

El estrés de la naturaleza y de los seres humanos: La hiper-aceleración de las relaciones sociales y las agresiones a la naturaleza habían extendido una irritación y un estrés extremo a nivel planetario no sólo entre los individuos, sino también en la naturaleza, en forma aquí de incendios colosales como el de Australia, olas de calor tórrido, huracanes imprevistos. Ha venido ahora una pandemia particularmente letal. ¿Nos encontraríamos ante una reacción de autodefensa de la tierra?

Tal vez se trata de una reacción del planeta a las mentes interconectadas de los animales humanos que somos, a la lucha por la competencia y la supervivencia, a la soledad y la tristeza que está siendo nuestro sino. La aceleración constante y la sobreexplotación, con salarios decrecientes, inseguros y precarios, nos ha dejado mal preparados para la pluralidad y el compartir. Es difícil que la economía capitalista retome su glorioso camino, y podemos hundirnos en un escenario tecno-militar; pero también preparar escenarios que imaginen lo imposible. Ello lo haría posible el hecho de que esta crisis no tiene ya que ver con la oferta y la demanda, sino con el cuerpo.

Para obligarnos a todos a quedarnos en casa, se nos dice (más bien se nos ordena) desconfiar de las otras personas y de nuestros propios cuerpos, evitar tocar las cosas, no abrazarnos a la gente ni estrechar sus manos. Sólo la realidad virtual es segura; el movimiento libre se reserva para las islas de los super-ricos. De ese modo, no sólo nos controlan las agencias, sino nosotros mismos.

Recortes en la sanidad: En Italia, en los últimos 10 años, se recortaron 31 mil millones de euros del sistema de salud pública, reduciendo el personal de cuidados intensivos. En el Estado español, tras una larga década de “derecha no compasiva”, los resultados fueron espeluznantes. En cuanto a la gente de edad se impuso la lógica capitalista de considerarlos una población no productiva que cargaba a la Hacienda con su peso. Se redujeron las ambulancias con médicos a bordo y las unidades móviles de reanimación, concentrándose las víctimas en las “residencias de ancianos”.

Aunque el famoso “virus chino” de Trump ha querido anclarlo en la raza, el estereotipo ha cambiado ahora de bando: en los países menos desarrollados es el extranjero occidental el que es visto como el “propagador del virus”. ¿El confinamiento ha abolido el trabajo con el que se quiere evitar el contagio? Sí, pero precisamente para los menos protegidos ante él, los autónomos, los temporeros, los que atienden los puestos callejeros; pero no, hasta hace muy poco, los obreros de las grandes fábricas, que han debido trabajar muchos de ellos sin mascarillas y unos al lado de otros. Todos conocemos la polémica que se ha suscitado al respecto en Euskal-Herria, dividiendo a derechas e izquierdas

¿El virus discrimina?: No discrimina entre categorías y clases sociales, pero sí trae consigo el cierre de fronteras y el racismo; lo que refuerza la supremacía blanca, la violencia contra las mujeres y las personas queer y trans, así como la explotación capitalista. Finalmente, no es el virus, sino nosotros, los que discriminamos, adoctrinados por el estatalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo.

¿Guerra contra el virus?: Se habla de “la guerra contra el virus”, dice Santiago López-Petit. Pero ¿guerrear contra qué? ¿Contra un organismo del que se discute si está o no está vivo? ¿Es que se guerrea contra los huracanes, contra las tormentas y sus rayos, contra las tempestades marinas, contra las erupciones volcánicas? La amenaza que nos espera una vez que termine la fase álgida del virus es bien otra: prioridad de la producción, puesta en cuarentena de la vida social y cultural, otorgamiento de poderes especiales con creación de un Estado fuerte (en el Estado español, con probables fuertes dosis de militarismo) en nombre de las secuelas de la pandemia. Pero el que ello ocurra o no dependerá de nosotros: de los cientos de millones de seres humanos que han comprendido por fin la lógica de esa política, y que de un extremo a otro de la tierra están dispuestos a mantener su rechazo de la misma.

Derrumbe del consumismo El turismo internacional, el cual requería inversiones masivas de infraestructuras en aeropuertos y aerolíneas, hoteles y restaurantes, parques temáticos y actos culturales, está hoy paralizado, dice David Harvey, las líneas aéreas cerca de la bancarrota, y los hoteles vacíos. Los trabajadores de la economía de los “pequeños encargos” y de otras formas de trabajo precario se quedan en la calle sin medios de sustento. Se cancelan campeonatos de fútbol, conciertos, congresos de negocios, y hasta reuniones políticas con fines electorales. Los ingresos de los gobiernos locales se han ido por el agujero; cierran universidades y colegios.

La economía capitalista está movida por el consumismo; pero la pandemia produce un colosal derrumbe consumista que domina en los países más opulentos. La ilimitada acumulación de capital se desmorona; sólo podría salvarle un consumismo masivo financiado o inducido por los gobiernos. Pero esta solución exigiría la socialización del conjunto de la economía, para empezar la de EEUU, aunque no se la llamara socialismo.

El que las enfermedades infecciosas no reconozcan clases ni barreras sociales es en parte cierto; pero también un mito. Para empezar, la fuerza de trabajo que alimenta la creciente cifra de enfermos está definida en el Estado español en términos de género; que en EEUU lo está por el género además de por la raza y la etnia.

Los estratos discriminados de esta nueva “clase trabajadora” se llevan la peor parte: la de soportar el mayor riesgo del virus en su trabajo, o la de ser despedidos sin recursos, a causa del repliegue económico debido al virus. La frase “estamos todos juntos en esto” encubre situaciones siniestras: en EEUU, por ejemplo, la clase obrera, compuesta por afroamericanos, hispanos o mujeres asalariadas, se enfrenta al desagradable dilema de contaminarse en la ciudad, atender las tiendas de comestibles, o ir al desempleo.

El desempleo: A causa de la pandemia, afirma Samir Larabi, millones de trabajadores y trabajadoras han perdido sus empleos por los despidos y el cierre de centros y servicios industriales. Según la OIT, 25 millones de personas mayormente precarias podrían encontrarse en el paro. El desempleo afecta principalmente al sector de restaurantes y hoteles, a los y las vendedoras, a los camareros, personal de cocina, empleados de servicio de la limpieza. Muchos de ellos, debido a la precariedad y a la ausencia en muchos lugares del mundo de “prestaciones de desempleo”, pasarán a hundirse en la miseria. Los datos que proporciona la OIT son terroríficos: 2 mil millones de trabajadores, el 61,25% de la fuerza mundial laboral, tienen empleo informal y carecen de la protección adecuada. Se profundiza así el abismo entre el trabajo asalariado y el funcionarial estable el cual, como el de los profesores, se hace en casa y recibe su nómina igual que antes.

La gran pregunta es ¿cuánto durará esto? Cuanto más dure mayor será la devaluación, y más se elevarán los niveles de desempleo, en ausencia de intervenciones masivas que irían contra la tendencia neo-liberal.

-Estrategias ante la pandemia en China y Asia Oriental: En Asia oriental, Hong-Kong, Taiwán y Singapur, así como China, han controlado mejor la pandemia que en Europa. Ni en Taiwán ni en Corea se ha decretado la prohibición de salir de casa, ni se han cerrado las tiendas y los restaurantes; por ello, los chinos y los coreanos están volviendo a sus países.

Los Estados de Asia oriental son autoritarios, dice Byhung­-Chul Han, con una tradición cultural y social que les hace personas más obedientes y confiadas en las autoridades. En China, Corea y Japón la vida está más organizada que en Europa. Para enfrentarse al virus se apuesta por la vigilancia digital: confían en el Big Data como su medio primordial de defensa y de salvamento de vidas humanas. No existe conciencia crítica ante la vigilancia digital ni se exige la protección de datos.

En China se ha implantado un sistema de crédito social que permite una evaluación exhaustiva de los ciudadanos, sometiendo todos los momentos del día a observación, y quitando puntos a quien cruza con el semáforo en rojo o expresa comentarios críticos sobre el régimen en las redes sociales.

A quién compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos afines al régimen le dan puntos: quien tiene muchos obtiene un visado de viaje o créditos baratos, mientras que el que tiene pocos puede perder su trabajo. No existe el término de “vida privada”, ausente debido al intercambio universal de datos entre los proveedores de internet y telefonía móvil y las autoridades. En China hay una técnica muy eficiente de reconocimiento facial por cámaras de vigilancia que funcionan en espacios públicos, tiendas, calles, estaciones y aeropuertos. Si alguien sale de la estación de Pekín, una cámara mide su temperatura corporal; si ésta es preocupante, todos los sentados en su vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles. Si alguien vulnera la cuarentena, un dron se dirige a él y le ordena volver a casa. En todo caso, este sistema, eficaz en contener la epidemia, redefine el concepto de soberanía: es soberano quien dispone de datos.

En Corea no hay nadie que viaje sin mascarillas especiales con filtros. Se han producido colas enormes en las farmacias, y a los políticos se les juzga por su rapidez en administrarlas. Pero las mascarillas sin filtro no bastan para contener el virus. Surge así una sociedad de dos clases, la de los que pueden adquirir las especiales, y los que no. En todo caso, bienes tan preciosos como la intimidad y la vida privada desaparecen con estas prácticas.

Europa, EEUU, y orden mundial: La pandemia profundiza la crisis del sistema que había comenzado en 2008, dice Raúl Zibechi, con su antecedente ya lejano en 1968. Entramos en un periodo de caos del sistema-mundo, condición previa para un nuevo orden global. Las tendencias son el declive hegemónico de EEUU, el ascenso del Asia del Pacífico, el fin de la globalización neo-liberal; pero también el reforzamiento de los Estados y de su centralismo, así como el auge de la nueva derecha.

Contrariamente a la cohesión de la población china en torno al Partido Comunista y el Estado, la población de los EEUU se divide de forma irremediable ante un gobierno errático, imperialista y machista. Pero la Unión Europea está aún peor que los EEUU, de los que no ha sabido despegarse. La financiación de la economía, dependiente de una banca corrupta e ineficiente, ha hecho de la euro-zona una “economía de riesgo”, obligada a acompañar en el declive a los EEUU. La pandemia será la tumba de la globalización neo-liberal occidental. La pregunta crucial es si no será sustituida tal vez por otra “más amable” pero no menos opresora, basada en la vigilancia permanente digital, con su modelo en China y Asia del Pacífico.

Criticas al confinamiento en Suramérica: En Sudamérica sobre todo se ha desarrollado una crítica radical de las consecuencias políticas de la pandemia en los países menos desarrollados, según la cual el coronavirus habría propiciado una forma de dictadura mundial policiaca y militar. La crítica de María Galindo se dirige sobre todo contra el confinamiento, incompatible con las condiciones de vida que rigen en la mayor parte de estos países. Estos son sus argumentos:

-El miedo al contagio ha suscitado órdenes de confinamiento que han supuesto la supresión de todas las libertades, sin derecho a réplica.

-La nueva dictadura establece un código de calificación de las “actividades esenciales”, en el que prima el teletrabajo como signo de que estamos vigilados; código que oculta o pone entre paréntesis los problemas sociales y políticos.

-Con los confinamientos se elimina el espacio social más dinámico y vital que es la calle. Aprovechándose del miedo, las casas de la gente se convierten en sus cárceles de encierro.

-Se instala el dominio de lo virtual, que obliga a pegarse a una red para comunicarse y saber del mundo.

-Las fronteras se convierten en un instrumento absurdo cuyo cierre no impide las entradas; sólo clasifica a los cuerpos que pueden entrar y salir por ellas.

-El cierre del espacio Schengen, que es donde se ha propagado el virus en Europa, encarna el sueño fascista de que el enemigo son los otros.

-En Sudamérica, al coronavirus se añade la tuberculosis y el cáncer, sentencias de muerte en estos países; así como el dengue, que viene matando a las gentes malnutridas que habitan las zonas urbanas insalubres.

-Aquí, los hospitales construidos a comienzos del siglo XX son guetos sin camas de hospital o muy escasas, donde la curación depende de cuánto dinero tienes para pagar unos medicamentos importados e impagables

-El coronavirus entra, pero no por los turistas, sino por los siervos y siervas del neo-liberalismo occidental que son los que mantienen el país, quienes vienen a visitar a extraños a quienes llaman hijos, hermanos o padres con regalos y cuerpos infectados.

-El toque de queda prohíbe subsistir a quienes viven de trabajar de noche. En Bolivia, por ejemplo, sin industria ni puestos de trabajo, donde la gran masa sobrevive en las calles, ni una sola de las medidas proclamadas se ajusta a su modo de vida.

La ciencia y los virólogos: El coronavirus ha puesto de relieve la debilidad sistémica de la creencia dominante del siglo XXI: esto es, que el progreso científico y tecnológico impulsa por sí solo el progreso humano. Es verdad, dice Gabriel Markus, que tenemos que consultar a los virólogos; sólo ellos pueden ayudar a controlar el virus con el fin de salvar vidas humanas. Pero la creencia de que los expertos científicos pueden solucionar por sí mismos los problemas sociales comunes es un peligroso error cuando no va acompañada de una respuesta social más ligada a la gente de abajo que a los capitalistas y políticos que tanto han contribuido a la propagación letal de muchos de los desarrollos de la ciencia. Además ¿quién escucha a estos honestos y competentes virólogos cuando nos dicen que cada año mueren más de 200 mil niños de diarrea viral porque carecen de agua potable?

La respuesta a por qué ocurre esto último es clara: porque no están en Alemania, España, Francia, Italia… Aunque eso tampoco es verdad, porque son cientos de miles los refugiados que malviven en campamentos europeos huyendo del horror provocado en sus países por conflictos importados por los occidentales, dejándolos ahí abandonados a su suerte.

¿Vamos todos en el mismo barco? Sí, si se considera a la actual pandemia el resultado de la globalización. Pero ésta ha venido funcionando al nivel de las grandes corporaciones y del capital, y estaba además infectada antes del coronavirus por el fenómeno mental que nos divide en Estados, los cuales alzan hoy sus fronteras exteriores como nuevas murallas chinas, mientras siguen teniendo fronteras interiores en razón de las razas, grupos de edad, clases sociales. ¿Protegemos a nuestros enfermos y a nuestros mayores? No es seguro; pero en todo caso encerramos a los niños en casa y cerramos los centros de enseñanza. Y mientras tanto dudamos en si llevar o no a cabo unas actividades fabriles que obligarán a los operarios a mantener una proximidad propicia al contagio.

Además, una vez superado este virus, proseguirán crisis tal vez peores, cuya continuidad no podremos impedir; a no ser que impulsemos una gigantesca y también universal resistencia. ¿Contra qué? Contra algo que nos afecta a todos: la crisis climática, mucho más dañina que cualquier virus porque es el producto del lento auto-exterminio del ser humano.

El orden mundial previo a la pandemia no era normal, sino letal. La conciencia de ello, acompañada de la solidaridad, se ha despertado de la mano del conocimiento médico y virológico, expresándose en el apoyo agradecido al personal generoso de cuidados médicos y hospitalarios que está luchando por salvarnos a todos con riesgo de su vida, con todos los elementos en su contra. El peor de éstos ha sido el saqueamiento del bienestar, especialmente en su vertiente sanitaria, en beneficio de multinacionales, muchas de las cuales, paradoja odiosa, son precisamente las farmacéuticas.

-Cierre de fonteras: La fortísima reacción consistente en el estado de excepción y el confinamiento se debe finalmente a que el coronavirus ha atacado a los países enriquecidos; cuando se dice que “no tiene clase” es porque está afectando a la clase media mejor situada de la parte privilegiada del planeta. Con el virus, nos dice Patricia Manrique, la Europa de esta clase media ha descubierto su propia fragilidad, así como la situación del “otro”, los “condenados de la tierra” a quienes la pandemia moral les afecta inexorablemente sin posibilidad de huir de ella, aunque lo intenten.

Si el cierre de fronteras tiene algo de nuevo es porque nos toca a muchos de nosotros en nuestra condición temporal de turistas, esa especie de apátridas temporales solventes y con derechos humanos, lo que nos diferencia de los inmigrantes. Pero se está viendo que la serpiente neo-liberal no es hospitalaria con nadie. La necropolítica de Occidente exporta el derecho de matar a lugares lejanos como el Próximo Oriente, y obliga a seres humanos a permanecer entre la vida y la muerte, como ocurre en las fronteras de Europa con los “refugiados sin refugio”. Si fuera cierto “que la vida es lo primero”, no se impulsarían con medidas inhumanas las cifras inasumibles de los ahogados en el Mediterráneo, de los niños y niñas de unas guerras perdidas, abusados y abonados a una fantasmagórica muerte en vida en las fronteras europeas.

Las dos salidas políticas del túnel: solidaridad o neo-liberalismo telemático

Las dos alternativas: Podemos imaginar una salida a la situación actual: redistribución de ingresos, reducción de la jornada de trabajo, fin de la inhumanidad hacia el emigrante, aumento radical de la cuantía de las inversiones en investigación, educación, salud. Podemos salir del aislamiento con sed de solidaridad, con un gran deseo de abrazar a quienes comparten con nosotros su condición de seres humanos. Pero también podemos salir agresivos, competitivos, formando grupos tribales xenófobos que odian a cuanto viene de fuera, manipulados finalmente por el poder reaccionario que viene de arriba.

-Estrategias contra el virus: el papel del domicilio personal. Algunos antropólogos venían señalando desde hacía décadas que la inmunidad corporal no es un mero hecho biológico, sino que depende de las variables culturales y políticas, filtrándose a través de criterios sociopolíticos que producen alternativamente soberanía o exclusión, protección o estigma, vida o muerte. Una epidemia, por no hablar de una pandemia, dice Paúl Preciado, permite extender a toda la población las medidas de “inmunización política” que habían sido aplicadas de modo violento a los considerados “extraños”: por ejemplo, por los nazis. En los límites del territorio del Estado los “extranjeros” pasan a ser vistos ahora como portadores del virus; lo mismo ocurre con los grupos llamados de riesgo por razón de su edad. Pero ahora esos prejuicios surgen de una parte de la base. Su manifestación más visible es la del chivatismo contra los infractores del confinamiento, o el jaleamiento de las actitudes violentas de las fuerzas del orden hacia ellos -aunque estas actitudes no sean la tónica, sino casos esporádicos-.

Pero lo que sí hacen estos prejuicios, y en este caso con la complicidad de las autoridades, es modelar una sociedad cerrada. En Europa hemos decidido construirnos como sociedad inmune respecto al oriente y al sur, decisión ilógica desde el punto de vista de nuestros recursos energéticos y de los bienes de consumo que almacenamos. Para ello hemos cerrado la frontera con Grecia, y construimos los mayores centros de detención a cielo abierto en las islas que bordean Turquía. Somos pues una sociedad (relativamente) abierta en su interior, pero totalmente cerrada a los extranjeros no comunitarios y a los migrantes, con lo que la “guerra contra el virus” se desplaza de las costas griegas a las puertas de nuestros domicilios privados. Con ello nos aplicamos a nosotros mismos las medidas estrictas de confinamiento e inmovilización que hemos venido aplicando a inmigrantes y refugiados.

Las estrategias y tecnologías bio-políticas contrae el COVID19 de los países del Sur de Europa, Italia, Estado español, y Francia, consisten en medidas estrictamente disciplinarias centradas en el confinamiento domiciliario de la totalidad de la población, acompañadas del tratamiento de los casos de infección dentro de los enclaves hospitalarios clásicos. Ello difiere de la estrategia de Asia oriental, la cual descansa en técnicas farmacológicas de video-vigilancia, con la detección individual del virus a través de la multiplicación de los tests y la vigilancia digital constante y estrecha de los enfermos. Pero esta segunda estrategia está ganando terreno en Occidente; de hecho, nuestros medios de comunicación están siguiendo esta vía casi todos. Y es que tanto un bloque de países cono el otro lo que pretenden conseguir es la tolerancia del ciudadano ante el control cibernético del Estado y del gran capital.

De este modo, el domicilio personal no es ya sólo el lugar de encierro del cuerpo, sino el centro de la economía del tele-consumo y de la tele-producción; tiende a configurarse ahora como un espacio ciber-vigilado, un lugar identificable en un mapa google, una casilla reconocible por un dron. Las consignas de no pocos presidentes, ¿son realmente democráticas?: “Estamos en guerra, no salgan de casa, y teletrabajen, gracias a que los dispositivos de teletrabajo y telecontrol están ahora en la palma de nuestra mano”. Nuestras máquinas portátiles de telecomunicación y nuestros interiores domésticos se han convertido durante el confinamiento en el antecedente de la prisión blanda y ultra-conectada del futuro.

Pero esto puede ser una mala noticia o una gran oportunidad: pues es ahora más urgente que nunca inventar nuevas estrategias de emancipación cognitiva y resistencia, y de poner en marcha nuevos procesos antagonistas. Éstos no pueden venir de la imposición de fronteras o de la separación, sino de una nueva comprensión de la comunidad que somos todos los seres vivos del planeta, y de un nuevo equilibrio con ellos. La curación y la recuperación no pueden ser un gesto de retirada de lo social y de cierre de la comunidad; sólo pueden venir de un proceso de recuperación democrática y socio-política.

Al igual que el virus muta, si queremos resistir la sumisión, también nosotros podemos mutar; pero no de forma forzada, sino deliberada. Los gobiernos nos llaman al encierro y al teletrabajo; pero en realidad lo hacen a la descolectivización y al telecontrol. Utilicemos el tiempo de reflexión y la fuerza que hemos acumulado en el encierro para recuperar las tradiciones de resistencia que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí. Éstas no vendrán de los móviles y de internet: pasemos de los satélites que nos gobiernan e imaginemos juntos la revolución que viene.

-Sanidad y Big Pharma: Todo ello abre, según Sam Gindin, la perspectiva de una reorientación de las perspectivas sociales; lo que antes se consideraba “natural” puede empezar a parecerlo mucho menos. Ello abre una disyuntiva: las élites económicas y políticas harán lo posible para que las acciones sociales ahora inevitables tengan un alcance y tiempo limitados, y para que, con la hipotética “vuelta a la normalidad”, las ideas incómodas para ellos que han emergido vuelvan a ser encerradas bajo siete llaves en lugares cerrados, pero esta vez sin balcones. El desafío para las fuerzas populares pasa en cambio por impedir esa estrategia aprovechando algunas de las medidas que se han tomado, y sobre todo, explorando las iniciativas creativas que han emergido en tantos lugares.

El cambio ideológico más obvio provocado por la crisis ha sido la actitud respecto a la atención médica. Se ha comprobado la incompatibilidad de pedir esta atención para todos y todas mientras se le aplican tales recortes presupuestarios que no permiten hacer frente a las necesidades; así como el sinsentido de ver la atención sanitaria como un producto a administrar con la mentalidad comercial de la rentabilidad privada. Ha llegado el momento de pensar en una visión más global de los cuidados sanitarios, de modo que cubran tanto las reivindicaciones antiguas como las nuevas.

Esta concepción se extendería a los vínculos entre la alimentación y la salud, al rechazo del carácter inaceptable de los refugios superpoblados en los que se hacinan las personas sin hogar, al cuidado apropiado de niños y niñas; y también a la universalidad de estas medidas, las cuales deberán extenderse a los inmigrantes (sin papeles) que trabajan en el campo, así como a los refugiados, obligados a abandonar sus comunidades debido a las políticas internacionales de nuestros gobiernos occidentales. El principio que regiría estas medidas sería “de cada cual según su capacidad de pago, a cada cual según sus necesidades”.

La necesidad de antídotos para evitar pandemias como la actual plantea la responsabilidad particular de las compañías farmacéuticas mundiales. Se ha dicho que estas multinacionales no realizarán las inversiones necesarias sin una financiación pública masiva. Pero si las grandes compañías farmacéuticas del “Big Pharma” no están dispuestas a encargarse de la investigación arriesgada sobre las futuras vacunas salvo si los gobiernos asumen el riesgo de la financiación ¿por qué no eliminar ese intermediario interesado sólo en sus beneficios, poniéndolo en manos públicas en el marco de un sistema sanitario adecuado?

Además, puede haber otras pandemias, como la causada por la crisis medio-ambiental, que no se resolverán mediante una vacuna. Y es que, contrariamente al virus, su solución requiere cambiar la forma en la que vivimos, viajamos, trabajamos y jugamos, tanto en nuestros hogares como en los lugares de esparcimiento y en las fábricas.

La crisis sanitaria en particular ha puesto de manifiesto la necesidad del control de los centros fabriles por parte de quienes realizan el trabajo; cuestión inaplazable para protegerlos de los riesgos y sacrificios que hacen en nuestro nombre (véase un caso que nos atañe a los vascos y vascas, el catastrófico derrumbe de Zaldíbar). Los trabajadores y trabajadoras, en virtud de su conocimiento directo, pueden actuar como guardianes del interés público, utilizando a sus organizaciones sindicales para denunciar las economías que afectan a la seguridad y calidad de los productos y servicios, así como a sus propias vidas. Habría que ir más lejos, reclamando la formación institucional de consejos mixtos de trabajadores y trabajadoras conjuntamente con sus instituciones locales a fin de modificar los programas de manera continua, y más en concreto, los que tienen que ver con la reconversión que exige la nueva realidad ambiental.

-La voz del eco-feminismo: Las urgencias del cambio van a originar sin duda un contra-ataque muy duro; el capital tiene fácil poner en el lado luminoso la recuperación del empleo y en el oscuro la defensa del medio ambiente. Pero a raíz de esta crisis, dice Daniel Taruro, ha crecido enormemente el sentimiento de la gente de que se ha ido demasiado lejos en materia de beneficios, y de que se ha olvidado lo social, la salud, y la atención a las personas. Mucha gente va a querer evitar nuevas pandemias que podrían ser igual o más graves que la actual, las cuales tendrán un mismo origen: la destrucción de los eco-sistemas.

Hay medidas concretas a tomar: abandonar la agricultura industrial, detener la desforestación, ir sustituyendo las megalópolis por ciudades más interconectadas con entornos naturales o semi-naturales. Hace falta agua limpia, a la que hoy no tienen acceso millones de personas, y utilizarla preferentemente para los seres humanos, más que para los complejos industriales. Pero hay más; si los occidentales miramos más allá de nuestro ombligo, hay que cancelar la deuda de los países del Sur: 46 países gastan más dinero en pagar los intereses de la deuda que en atención sanitaria. El cambio climático global exige igualmente respetar el objetivo fijado en París de un calentamiento máximo del 1,5º C; para lo que, está visto, hay que socializar la energía y las finanzas.

El eco-feminismo ha tirado del hilo de los cuidados, esencial para desenmascarar las prácticas capitalistas. La gente coincide hoy con él en la necesidad de dar la máxima prioridad a la salud, el bienestar y los cuidados, poniendo los medios para ello. Durante mucho tiempo los eco-socialistas se han enfrentado con la creencia de que la lucha ecológica entraba en contradicción a corto plazo con el bienestar social. Pero ahora se ha producido un gran cambio al respecto: la lucha por lo social y la lucha ecológica se superponen, hermanadas con los cuidados.

El animalismo: Yáñez González sugiere que nuestro actual sufrimiento debería llevarnos también a reflexionar sobre los daños que los seres humanos infligimos a los miles de millones de animales confinados a diario en jaulas, acuáticas y terrestres, separados de una vez y para siempre de sus crías y sus iguales, con el fin de apropiarnos de sus cuerpos y vidas para satisfacer un capricho nuestro proporcionado por el mercadeo global capitalista.

Pandemia y política: centralismo de Estado vs. la nación posible

La propia gestión de la pandemia, afirma David Lazkanoiturburu, que pasa de hecho por cerrar fronteras e imponer estados de excepción, refuerza una visión imperialista en el seno de los Estados más poderosos, en perjuicio de la orientación internacionalista que está en la base de la ONU y de la OMS, ya de por sí endebles y sin potestad coercitiva alguna. La pandemia está sirviendo más bien, como lo estamos viendo en Euskal Herria, para reforzar el centralismo del Estado y de sus instituciones militares y armadas como las Fuerzas Armadas y los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, lo que hace inútil toda petición de descentralización en la toma de decisiones.

Se están utilizando los aparatos coercitivos del Estado, además de para la represión de los infractores del confinamiento, en labores sanitarias, lo cual no es rechazable en principio; hay ya miembros de estos cuerpos que han perdido su vida en tal labor, quienes merecen todo el respeto. Pero la implicación de estos cuerpos en tales tareas les concede un plus de legitimidad, que se hace patente cuando las ruedas de prensa de los dirigentes políticos se han doblado con la presencia de cargos militares al más alto nivel. Ello refuerza el imaginario de la guerra, que si carece de todo sentido contra un virus, sí lo tiene contra los infractores del estado de excepción; y lo que es peor, pues no tiene lógica alguna en esta tesitura sanitaria, contra los que rechazan la concepción de un Estado centralizado y militarizado.

Se ha venido hablando en los medios -y nosotros lo hacemos en este libro colectivo- de la situación intolerable de los ultra-confinados a lo largo y ancho del mundo: campos de refugiados, hacinamiento de inmigrantes rechazados en las fronteras… Pero en nuestro país conocemos un colectivo de ultra-confinados de larga duración, la cual es en algunos casos de decenios: el de los presos vascos, quienes padecen en la actual pandemia dos sufrimientos añadidos a la extrema rigidez que grava su régimen carcelario. Son los causados por la opacidad sobre su auténtica situación sanitaria; así como por la imposibilidad de sus allegados de visitarles, la cual deriva de la estrategia de alejamiento de su entorno natural, en total contradicción con uno de los principios penitenciarios básicos de carácter humanitario universal.

La actual situación propicia además en la opinión pública la actitud negadora de las diversas identidades y de las diferencias culturales que existen en el interior de las fronteras del Estado, y agrava la visión negativa y estereotípica que dan los medios de algunas autoridades autonómicas (véanse las catalanas).

Es necesario plantear que cada comunidad territorial tenga en esta fase capacidad de diseño en el plan de desescalada del confinamiento, el cual deberá incluir la libertad de circulación de las personas y la reanudación de la actividad económica y productiva, debiendo tomar en cuenta la realidad social y cultural específica de estos territorios; la reanudación de las actividades esenciales sólo debiera permitirse cuando se garanticen las medidas sanitarias y de seguridad en todos los puestos de trabajo.

Esta propuesta está en línea con la petición expresada el 23 de abril por las fuerzas políticas de la periferia, PNV, EH Bildu, Coalición Canaria y Nueva Canaria, Esquerra Republicana de Catalunya y Junts per Catalunya, de que las comunidades gestionen sus propios procesos de salida del confinamiento. La propuesta de la necesidad de un espacio de convergencia, como puede ser una Mesa de Partidos al nivel de cada Comunidad Autónoma, no debiera verse entorpecida por la tentación de hacer de este difícil periodo un espacio de rivalidad partidaria, a nivel electoral u otro.

Finalmente, debe difundirse en estos niveles sub-estatales, como instrumento de lucha contra la crisis viral, la concepción de una nación dueña de sí misma y de sus propias decisiones, pero al mismo tiempo internacionalista y solidaria, coordinada con todos los distintos niveles de decisión, y porosa ante las nuevas e imprescindibles tareas que exige la eliminación de esta pandemia y de las que puedan venir en un futuro; pues finalmente ésta no es misión específica de ningún Estado ni de ninguna organización supra-estatal específica, sino de cuantos formamos la raza humana.

[1] A- ORIGEN DE LA PANDEMIA DEL CORONAVIRUS. Bibiografía: Giorgo Agamben, ”La invención de una epidemia” y “Contagio”, en “Sopa de Wuhan”, op. cit: Dan La Botz, “En la tempestad del coronavirus: racismo y lucha de clases”, en el boletín semanal de la revista Viento Sur del 14-20 abril, op. cit; David Harvey, “Política anticapitalista en tiempos de coronavirus”, en “Sopa de Wuhan”, op.. cit; Sam Gindin, “El coronavirus y la crisis actual”, en el boletín semanal de la revista Viento Sur del 14-20 abril, op. cit ; Daniel Taruro, “Pandemia, capitalismo y crisis climática”, en el boletín semanal de la revista Viento Sur del 14-20 abril, op. cit.

[1] B- EL CONFINAMIENTO COMO MEDIDA SANITARIA: LOS EFECTOS POLÍTICOS. Bibliografía: Giorgo Agamben, ”Reflexiones sobre la peste”, en “Sopa de Wuhan”, op.. cit; Daniel Taruro, “Pandemia, capitalismo y crisis climática”, en el boletín semanal de la revista Viento Sur del 14-20 abril, op. cit.; David Harvey, ”Política anticapitalista en tiempos de coronavirus”, en “Sopa de Wuhan”, op.. cit; Samir Larabi, “De la pandemia del COVID 19 a la pandemia del desempleo”, en el boletín semanal de la revista Viento Sur del 14-20 abril, op. cit. ; BYHUNG-CHUL HAN, “La emergencia viral y el mundo del mañana”, en “Sopa de Wuhan”, op.. cit; Raúl Zibechi, “A las puertas de un nuevo orden mundial”, en “Sopa de Wuhan”, op.. cit; María Galindo, “Desobediencia, por tu culpa voy a sobrevivir”, en “Sopa de Wuhan”, op.. cit; Markus Gabriel, “El virus, el sistema letal, y algunas pistas”, en “Sopa de Wuhan”, op. cit; Patricia Manrique, “Hospitalidad e inmunidad virtuosa”, en “Sopa de Wuhan”, op. cit.

[1]LAS DOS SALIDAS POLÍTICAS DEL TÚNEL DE LA PANDEMIA: SOLIDARIDAD O NEO-LIBERALISMO TELEMATICO: Giorgio Agamben, “Contagio”, en “Sopa de Wuhan”, op. cit; Paul P. Preciado “Aprendiendo del virus”, ”, en “Sopa de Wuhan”, op.. cit.; Sam Gindin, “El coronavirus y la crisis actual””, en el boletín semanal de la revista Viento Sur del 14-20 abril, op. cit ; Daniel Taruro, “Pandemia, capitalismo y crisis climática”, en el boletín semanal de la revista Viento Sur del 14-20 abril, op. cit.; Gustavo Yáñez González, “Fragilidad y tiranía humana en tiempos de pandemia”, en “Sopa de Wuhan”, op.. cit.

[1] PANDEMIA Y POLITICA: CENTRALISMO DE ESTADO vs. LA NACIÓN POSIBLE: David Lazkanoiturburu, “Disrupción civilizatoria, reacción a la aceleración de las actuales tendencias”, en el diario Gara de 20 abril de 2020