-El miedo: Los medios de comunicación y las autoridades fomentan ahora el clima de pánico, con lo que facilitan la limitación de movimientos y la suspensión de las condiciones de vida y trabajo en muchas regiones (a no confundir con las normas sanitarias propuestas por los epidemiólogos). Ello conduce, según Giorgio Agamben, al estado de excepción como paradigma de gobierno, con militarización de municipios y personas. Agotado el terrorismo, la epidemia es el pretexto ideal para extender esas restricciones. El miedo como instrumento de legitimación del poder tiene hondas raíces en la teoría política europea: es el miedo de los seres humanos a perder su vida, dice Hobbes, el que legitima el poder absoluto del Estado- Leviatán.
Antes, la estrategia antiterrorista veía en todo individuo un terrorista en potencia. Hoy, cada individuo es considerado un propagador potencial del virus. Se impone la actitud de no tocar a los seres queridos, no abrazarse, guardar las distancias. La enseñanza a todos los niveles sufre las consecuencias al ponerse al servicio del aprendizaje telemático, el cual ignora por lo general los temas políticos o culturales y evita sobretodo el contacto entre los seres humanos
–El estrés de la naturaleza y de los seres humanos: La hiper-aceleración de las relaciones sociales y las agresiones a la naturaleza habían extendido una irritación y un estrés extremo a nivel planetario no sólo entre los individuos, sino también en la naturaleza, en forma aquí de incendios colosales como el de Australia, olas de calor tórrido, huracanes imprevistos. Ha venido ahora una pandemia particularmente letal. ¿Nos encontraríamos ante una reacción de autodefensa de la tierra?
Tal vez se trata de una reacción del planeta a las mentes interconectadas de los animales humanos que somos, a la lucha por la competencia y la supervivencia, a la soledad y la tristeza que está siendo nuestro sino. La aceleración constante y la sobreexplotación, con salarios decrecientes, inseguros y precarios, nos ha dejado mal preparados para la pluralidad y el compartir. Es difícil que la economía capitalista retome su glorioso camino, y podemos hundirnos en un escenario tecno-militar; pero también preparar escenarios que imaginen lo imposible. Ello lo haría posible el hecho de que esta crisis no tiene ya que ver con la oferta y la demanda, sino con el cuerpo.
Para obligarnos a todos a quedarnos en casa, se nos dice (más bien se nos ordena) desconfiar de las otras personas y de nuestros propios cuerpos, evitar tocar las cosas, no abrazarnos a la gente ni estrechar sus manos. Sólo la realidad virtual es segura; el movimiento libre se reserva para las islas de los super-ricos. De ese modo, no sólo nos controlan las agencias, sino nosotros mismos.
–Recortes en la sanidad: En Italia, en los últimos 10 años, se recortaron 31 mil millones de euros del sistema de salud pública, reduciendo el personal de cuidados intensivos. En el Estado español, tras una larga década de “derecha no compasiva”, los resultados fueron espeluznantes. En cuanto a la gente de edad se impuso la lógica capitalista de considerarlos una población no productiva que cargaba a la Hacienda con su peso. Se redujeron las ambulancias con médicos a bordo y las unidades móviles de reanimación, concentrándose las víctimas en las “residencias de ancianos”.
Aunque el famoso “virus chino” de Trump ha querido anclarlo en la raza, el estereotipo ha cambiado ahora de bando: en los países menos desarrollados es el extranjero occidental el que es visto como el “propagador del virus”. ¿El confinamiento ha abolido el trabajo con el que se quiere evitar el contagio? Sí, pero precisamente para los menos protegidos ante él, los autónomos, los temporeros, los que atienden los puestos callejeros; pero no, hasta hace muy poco, los obreros de las grandes fábricas, que han debido trabajar muchos de ellos sin mascarillas y unos al lado de otros. Todos conocemos la polémica que se ha suscitado al respecto en Euskal-Herria, dividiendo a derechas e izquierdas
– ¿El virus discrimina?: No discrimina entre categorías y clases sociales, pero sí trae consigo el cierre de fronteras y el racismo; lo que refuerza la supremacía blanca, la violencia contra las mujeres y las personas queer y trans, así como la explotación capitalista. Finalmente, no es el virus, sino nosotros, los que discriminamos, adoctrinados por el estatalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo.
¿Guerra contra el virus?: Se habla de “la guerra contra el virus”, dice Santiago López-Petit. Pero ¿guerrear contra qué? ¿Contra un organismo del que se discute si está o no está vivo? ¿Es que se guerrea contra los huracanes, contra las tormentas y sus rayos, contra las tempestades marinas, contra las erupciones volcánicas? La amenaza que nos espera una vez que termine la fase álgida del virus es bien otra: prioridad de la producción, puesta en cuarentena de la vida social y cultural, otorgamiento de poderes especiales con creación de un Estado fuerte (en el Estado español, con probables fuertes dosis de militarismo) en nombre de las secuelas de la pandemia. Pero el que ello ocurra o no dependerá de nosotros: de los cientos de millones de seres humanos que han comprendido por fin la lógica de esa política, y que de un extremo a otro de la tierra están dispuestos a mantener su rechazo de la misma.
–Derrumbe del consumismo El turismo internacional, el cual requería inversiones masivas de infraestructuras en aeropuertos y aerolíneas, hoteles y restaurantes, parques temáticos y actos culturales, está hoy paralizado, dice David Harvey, las líneas aéreas cerca de la bancarrota, y los hoteles vacíos. Los trabajadores de la economía de los “pequeños encargos” y de otras formas de trabajo precario se quedan en la calle sin medios de sustento. Se cancelan campeonatos de fútbol, conciertos, congresos de negocios, y hasta reuniones políticas con fines electorales. Los ingresos de los gobiernos locales se han ido por el agujero; cierran universidades y colegios.
La economía capitalista está movida por el consumismo; pero la pandemia produce un colosal derrumbe consumista que domina en los países más opulentos. La ilimitada acumulación de capital se desmorona; sólo podría salvarle un consumismo masivo financiado o inducido por los gobiernos. Pero esta solución exigiría la socialización del conjunto de la economía, para empezar la de EEUU, aunque no se la llamara socialismo.
El que las enfermedades infecciosas no reconozcan clases ni barreras sociales es en parte cierto; pero también un mito. Para empezar, la fuerza de trabajo que alimenta la creciente cifra de enfermos está definida en el Estado español en términos de género; que en EEUU lo está por el género además de por la raza y la etnia.
Los estratos discriminados de esta nueva “clase trabajadora” se llevan la peor parte: la de soportar el mayor riesgo del virus en su trabajo, o la de ser despedidos sin recursos, a causa del repliegue económico debido al virus. La frase “estamos todos juntos en esto” encubre situaciones siniestras: en EEUU, por ejemplo, la clase obrera, compuesta por afroamericanos, hispanos o mujeres asalariadas, se enfrenta al desagradable dilema de contaminarse en la ciudad, atender las tiendas de comestibles, o ir al desempleo.
El desempleo: A causa de la pandemia, afirma Samir Larabi, millones de trabajadores y trabajadoras han perdido sus empleos por los despidos y el cierre de centros y servicios industriales. Según la OIT, 25 millones de personas mayormente precarias podrían encontrarse en el paro. El desempleo afecta principalmente al sector de restaurantes y hoteles, a los y las vendedoras, a los camareros, personal de cocina, empleados de servicio de la limpieza. Muchos de ellos, debido a la precariedad y a la ausencia en muchos lugares del mundo de “prestaciones de desempleo”, pasarán a hundirse en la miseria. Los datos que proporciona la OIT son terroríficos: 2 mil millones de trabajadores, el 61,25% de la fuerza mundial laboral, tienen empleo informal y carecen de la protección adecuada. Se profundiza así el abismo entre el trabajo asalariado y el funcionarial estable el cual, como el de los profesores, se hace en casa y recibe su nómina igual que antes.
La gran pregunta es ¿cuánto durará esto? Cuanto más dure mayor será la devaluación, y más se elevarán los niveles de desempleo, en ausencia de intervenciones masivas que irían contra la tendencia neo-liberal.
-Estrategias ante la pandemia en China y Asia Oriental: En Asia oriental, Hong-Kong, Taiwán y Singapur, así como China, han controlado mejor la pandemia que en Europa. Ni en Taiwán ni en Corea se ha decretado la prohibición de salir de casa, ni se han cerrado las tiendas y los restaurantes; por ello, los chinos y los coreanos están volviendo a sus países.
Los Estados de Asia oriental son autoritarios, dice Byhung-Chul Han, con una tradición cultural y social que les hace personas más obedientes y confiadas en las autoridades. En China, Corea y Japón la vida está más organizada que en Europa. Para enfrentarse al virus se apuesta por la vigilancia digital: confían en el Big Data como su medio primordial de defensa y de salvamento de vidas humanas. No existe conciencia crítica ante la vigilancia digital ni se exige la protección de datos.
En China se ha implantado un sistema de crédito social que permite una evaluación exhaustiva de los ciudadanos, sometiendo todos los momentos del día a observación, y quitando puntos a quien cruza con el semáforo en rojo o expresa comentarios críticos sobre el régimen en las redes sociales.
A quién compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos afines al régimen le dan puntos: quien tiene muchos obtiene un visado de viaje o créditos baratos, mientras que el que tiene pocos puede perder su trabajo. No existe el término de “vida privada”, ausente debido al intercambio universal de datos entre los proveedores de internet y telefonía móvil y las autoridades. En China hay una técnica muy eficiente de reconocimiento facial por cámaras de vigilancia que funcionan en espacios públicos, tiendas, calles, estaciones y aeropuertos. Si alguien sale de la estación de Pekín, una cámara mide su temperatura corporal; si ésta es preocupante, todos los sentados en su vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles. Si alguien vulnera la cuarentena, un dron se dirige a él y le ordena volver a casa. En todo caso, este sistema, eficaz en contener la epidemia, redefine el concepto de soberanía: es soberano quien dispone de datos.
En Corea no hay nadie que viaje sin mascarillas especiales con filtros. Se han producido colas enormes en las farmacias, y a los políticos se les juzga por su rapidez en administrarlas. Pero las mascarillas sin filtro no bastan para contener el virus. Surge así una sociedad de dos clases, la de los que pueden adquirir las especiales, y los que no. En todo caso, bienes tan preciosos como la intimidad y la vida privada desaparecen con estas prácticas.
–Europa, EEUU, y orden mundial: La pandemia profundiza la crisis del sistema que había comenzado en 2008, dice Raúl Zibechi, con su antecedente ya lejano en 1968. Entramos en un periodo de caos del sistema-mundo, condición previa para un nuevo orden global. Las tendencias son el declive hegemónico de EEUU, el ascenso del Asia del Pacífico, el fin de la globalización neo-liberal; pero también el reforzamiento de los Estados y de su centralismo, así como el auge de la nueva derecha.
Contrariamente a la cohesión de la población china en torno al Partido Comunista y el Estado, la población de los EEUU se divide de forma irremediable ante un gobierno errático, imperialista y machista. Pero la Unión Europea está aún peor que los EEUU, de los que no ha sabido despegarse. La financiación de la economía, dependiente de una banca corrupta e ineficiente, ha hecho de la euro-zona una “economía de riesgo”, obligada a acompañar en el declive a los EEUU. La pandemia será la tumba de la globalización neo-liberal occidental. La pregunta crucial es si no será sustituida tal vez por otra “más amable” pero no menos opresora, basada en la vigilancia permanente digital, con su modelo en China y Asia del Pacífico.
–Criticas al confinamiento en Suramérica: En Sudamérica sobre todo se ha desarrollado una crítica radical de las consecuencias políticas de la pandemia en los países menos desarrollados, según la cual el coronavirus habría propiciado una forma de dictadura mundial policiaca y militar. La crítica de María Galindo se dirige sobre todo contra el confinamiento, incompatible con las condiciones de vida que rigen en la mayor parte de estos países. Estos son sus argumentos:
-El miedo al contagio ha suscitado órdenes de confinamiento que han supuesto la supresión de todas las libertades, sin derecho a réplica.
-La nueva dictadura establece un código de calificación de las “actividades esenciales”, en el que prima el teletrabajo como signo de que estamos vigilados; código que oculta o pone entre paréntesis los problemas sociales y políticos.
-Con los confinamientos se elimina el espacio social más dinámico y vital que es la calle. Aprovechándose del miedo, las casas de la gente se convierten en sus cárceles de encierro.
-Se instala el dominio de lo virtual, que obliga a pegarse a una red para comunicarse y saber del mundo.
-Las fronteras se convierten en un instrumento absurdo cuyo cierre no impide las entradas; sólo clasifica a los cuerpos que pueden entrar y salir por ellas.
-El cierre del espacio Schengen, que es donde se ha propagado el virus en Europa, encarna el sueño fascista de que el enemigo son los otros.
-En Sudamérica, al coronavirus se añade la tuberculosis y el cáncer, sentencias de muerte en estos países; así como el dengue, que viene matando a las gentes malnutridas que habitan las zonas urbanas insalubres.
-Aquí, los hospitales construidos a comienzos del siglo XX son guetos sin camas de hospital o muy escasas, donde la curación depende de cuánto dinero tienes para pagar unos medicamentos importados e impagables
-El coronavirus entra, pero no por los turistas, sino por los siervos y siervas del neo-liberalismo occidental que son los que mantienen el país, quienes vienen a visitar a extraños a quienes llaman hijos, hermanos o padres con regalos y cuerpos infectados.
-El toque de queda prohíbe subsistir a quienes viven de trabajar de noche. En Bolivia, por ejemplo, sin industria ni puestos de trabajo, donde la gran masa sobrevive en las calles, ni una sola de las medidas proclamadas se ajusta a su modo de vida.
–La ciencia y los virólogos: El coronavirus ha puesto de relieve la debilidad sistémica de la creencia dominante del siglo XXI: esto es, que el progreso científico y tecnológico impulsa por sí solo el progreso humano. Es verdad, dice Gabriel Markus, que tenemos que consultar a los virólogos; sólo ellos pueden ayudar a controlar el virus con el fin de salvar vidas humanas. Pero la creencia de que los expertos científicos pueden solucionar por sí mismos los problemas sociales comunes es un peligroso error cuando no va acompañada de una respuesta social más ligada a la gente de abajo que a los capitalistas y políticos que tanto han contribuido a la propagación letal de muchos de los desarrollos de la ciencia. Además ¿quién escucha a estos honestos y competentes virólogos cuando nos dicen que cada año mueren más de 200 mil niños de diarrea viral porque carecen de agua potable?
La respuesta a por qué ocurre esto último es clara: porque no están en Alemania, España, Francia, Italia… Aunque eso tampoco es verdad, porque son cientos de miles los refugiados que malviven en campamentos europeos huyendo del horror provocado en sus países por conflictos importados por los occidentales, dejándolos ahí abandonados a su suerte.
¿Vamos todos en el mismo barco? Sí, si se considera a la actual pandemia el resultado de la globalización. Pero ésta ha venido funcionando al nivel de las grandes corporaciones y del capital, y estaba además infectada antes del coronavirus por el fenómeno mental que nos divide en Estados, los cuales alzan hoy sus fronteras exteriores como nuevas murallas chinas, mientras siguen teniendo fronteras interiores en razón de las razas, grupos de edad, clases sociales. ¿Protegemos a nuestros enfermos y a nuestros mayores? No es seguro; pero en todo caso encerramos a los niños en casa y cerramos los centros de enseñanza. Y mientras tanto dudamos en si llevar o no a cabo unas actividades fabriles que obligarán a los operarios a mantener una proximidad propicia al contagio.
Además, una vez superado este virus, proseguirán crisis tal vez peores, cuya continuidad no podremos impedir; a no ser que impulsemos una gigantesca y también universal resistencia. ¿Contra qué? Contra algo que nos afecta a todos: la crisis climática, mucho más dañina que cualquier virus porque es el producto del lento auto-exterminio del ser humano.
El orden mundial previo a la pandemia no era normal, sino letal. La conciencia de ello, acompañada de la solidaridad, se ha despertado de la mano del conocimiento médico y virológico, expresándose en el apoyo agradecido al personal generoso de cuidados médicos y hospitalarios que está luchando por salvarnos a todos con riesgo de su vida, con todos los elementos en su contra. El peor de éstos ha sido el saqueamiento del bienestar, especialmente en su vertiente sanitaria, en beneficio de multinacionales, muchas de las cuales, paradoja odiosa, son precisamente las farmacéuticas.
-Cierre de fonteras: La fortísima reacción consistente en el estado de excepción y el confinamiento se debe finalmente a que el coronavirus ha atacado a los países enriquecidos; cuando se dice que “no tiene clase” es porque está afectando a la clase media mejor situada de la parte privilegiada del planeta. Con el virus, nos dice Patricia Manrique, la Europa de esta clase media ha descubierto su propia fragilidad, así como la situación del “otro”, los “condenados de la tierra” a quienes la pandemia moral les afecta inexorablemente sin posibilidad de huir de ella, aunque lo intenten.
Si el cierre de fronteras tiene algo de nuevo es porque nos toca a muchos de nosotros en nuestra condición temporal de turistas, esa especie de apátridas temporales solventes y con derechos humanos, lo que nos diferencia de los inmigrantes. Pero se está viendo que la serpiente neo-liberal no es hospitalaria con nadie. La necropolítica de Occidente exporta el derecho de matar a lugares lejanos como el Próximo Oriente, y obliga a seres humanos a permanecer entre la vida y la muerte, como ocurre en las fronteras de Europa con los “refugiados sin refugio”. Si fuera cierto “que la vida es lo primero”, no se impulsarían con medidas inhumanas las cifras inasumibles de los ahogados en el Mediterráneo, de los niños y niñas de unas guerras perdidas, abusados y abonados a una fantasmagórica muerte en vida en las fronteras europeas.